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Hay tres visiones generales sobre cómo va a evolucionar esta regresión social que estamos viviendo. La primera, quizás la más optimista, considera que esto no es más que una crisis de cierta envergadura que nos llevará, en materia social y laboral, entre 30 y 150 años atrás. Lo de los años, en realidad, es lo de menos, puesto que lo que se está diciendo es que un gran número de nosotros quedaremos relegados al umbral de la supervivencia, dependiendo en gran medida de la benevolencia de crápulas, de las inclemencias del deterioro de la salud, y de la tortura física y psicológica que representa arrastrar vidas empujadas a la impotencia y a la indignidad.
Digamos que aquí lo que se está tratando es de finiquitar a esa bastarda del sistema llamada “clase media”, cuya misión histórica ha llegado a su fin: impedir todo aquello que tuviera como objetivo emprender un camino distinto al que ya estamos perfectamente encarrilados. Pues ya no sólo no se hace necesario mantener sus costosas estructuras de acomodamiento y pusilanimería, sino que además toca pagar la factura de tanto despilfarro. Éste rumbo fijado sólo pretende mantener una estructura social donde unos gozan de cierto poder y privilegios mientras el resto mayoritario acabe peleando por encontrar cabida en este tétrico entramado. Este proceso de empobrecimiento general es lo que se ha llamado la Gran Exclusión, impulsada por decisión y lógica del propio sistema. En la crisis de la Deuda, toca pagar con todo lo que se ha soñado. Y los sueños, sueños son…
La crisis sería aquí como algo más bien funcional, como una purga necesaria después de los excesos que el mismo sistema habría generado y que ahora se le está poniendo un doloroso correctivo que perjudica, mira por dónde, a los sectores más débiles del asunto.
Como tanto hachazo genera dudas y malos pensamientos, se acompaña el latigazo con una promesa hartamente repetida: “aguantad, aguantad, que tarde o temprano volverá el bienestar perdido”. La clave está, según se cacarea, en sembrar las condiciones favorables para atraer de nuevo al capital que de un día para otro ha volado hacia otros lados. Y la fe en el sistema reside, precisamente, en esto: producir carne de explotación a bajo coste para garantizar beneficios tan golosos que atraigan, de nuevo, al capital esfumado. Y así, a la larga, poder pagar con todo lo adeudado. En definitiva, según esta visión optimista se trata de expulsar a trabajadores del sistema para tensionar los sueldos a la baja a la espera… de un milagro financiero.
La segunda visión, algo más pesimista, es aquella que considera que esto va más allá del desbarajuste entre sueños y deudas, y que en realidad lo que estamos viviendo es el preámbulo de un abismo inevitable a corto plazo. Digamos que el sistema no sólo ha acabado por empobrecer a una gran mayoría de humanos bajo la ficción económica del crecimiento infinito, sino que su actividad voraz estaría llegando ya al límite energético y de recursos. Pues se ha dejado completamente exhausto al planeta que nutría tantos sueños. Un empobrecimiento global de medios y recursos que ya está suponiendo un límite a la propia voracidad del sistema, cuyo indicador principal es el ocaso del petróleo. Es lo que se ha llamado la Gran Escasez, de la que sólo estaríamos viendo el principio de su sombra. Fin de la sociedad de consumo.
Desde esta visión se asegura que esta crisis no acabará nunca, tal y como asevera Antonio Turiel en su blog. De hecho, se recrudecerá a medida que pase el tiempo. Pues se ha diseñado un sistema basado en la energía barata (petróleo, gas, carbón…), que es justamente la que ahora está empezando a escasear. Ni tan siquiera la alternativa nuclear es ya alternativa de nada, puesto que más allá de su perversidad inherente (en el mejor de los casos, energía más o menos barata ahora, a cambio de residuos para un larguísimo mañana), el uranio también está llegando a su límite. La tendencia no puede ser otra que decrecer, lo que explicaría por qué se ha entrado en una cadena de colapsos económicos que arrastran unos a otros en sus caídas. Por supuesto que ellos, los que gozan de privilegio y de poder, ya hace mucho tiempo que trabajan para gestionar esta restricción natural al sistema, de tal modo que puedan mantenerse arriba y someter a una cada vez más pauperizada población, abajo. La Gran Exclusión, entonces, no ha hecho más que empezar. Lo que vislumbra un futuro oscuro de tensiones y violencias crecientes, tanto dentro de los Estados, como entre ellos, para asegurarse el acceso a los cada vez más escasos recursos planetarios.
Históricamente, los colapsos se han solventado con periodos ricos en destrucción y aniquilación de seres humanos, llamados a la muerte bajo estandartes de dioses y patrias y otras sandeces de incomprensible éxito simbólico. Pero este mundo es ya distinto y las tensiones internacionales pueden degenerar en catástrofes nucleares de consecuencias imprevisibles. Ante este panorama poco alentador, se sueña con un salto tecnológico que nos brindaría otra era de crecimiento infinito… No obstante, los hay que profesan tanta fe en el sistema, y tienen a la humanidad en tan alta consideración, que creen que en realidad ya se dispone de una solución energética preparada para reemplazar a la existente. Aunque no hay evidencia alguna de la existencia de dicho milagro tecnológico (pero tampoco lo hay ni de dioses ni de patrias, y aún así todo el mundo lo cree, matándose en nombre de ellos), no deja de ser profundamente desolador. Pues si mientras se mantenía la fe en el crecimiento infinito se difundía la idea de una disponibilidad limitada de recursos para mantener en la miseria a millones de seres humanos, mientras ricos de aquí y de allá acumulaban privilegios sin cesar, ¿de qué serán capaces una vez nos tengan totalmente presos en la catástrofe social que ahora están premeditadamente gestionando?
En todo caso, desde esta visión los garantes del sistema no estarían buscando tanto expulsar trabajadores para esclavizarnos mejor, como expulsar consumidores para privilegiarse más. Todo a la espera… de un milagro tecnológico.
Hay una tercera visión más bien catastrofista que considera que el planeta estaría actualmente superando su umbral de equilibrio, lo que llevará a cambios bruscos y globales cuyos efectos son totalmente impredecibles para la adaptación de la humanidad a los nuevos tiempos. Esta visión teoriza sobre una catástrofe planetaria por los desequilibrios que hoy ya se están desencadenando y que nos acercan inexorablemente hacia un planeta distinto al que conocemos. La catástrofe es sin duda imprevisible, tanto en su momento como en su prolongación en el tiempo. Sólo se especula que durará el tiempo necesario hasta que el planeta encuentre un nuevo estado de equilibrio. Una situación totalmente nueva donde es dudoso que los humanos tengamos cabida alguna.
Hablaríamos de un colapso a gran escala provocado por el Cambio Climático. Desde esta visión se pide a gritos, como primera y urgente medida, el fin de la emisión de gases de efecto invernadero, cuyas consecuencias no se perciben inmediatamente sino sólo con el paso de los años. El planeta estaría pasando un umbral peligrosísimo de aumento de temperatura que estaría provocando un clima cada vez más extremo, aumentando la frecuencia de los eventos climatológicos violentos: sequías, inundaciones, desglaciaciones… Es decir, más hambre. Y la solución que proponen, de carácter urgente e inmediato, es parar este sistema de funcionamiento. Algo que los sectores con poder y privilegio no están dispuestos ni a discutir. “Por ahora todo va bien, por ahora todo va bien…”.
En realidad, son muchos los indicadores medioambientales que alertan de que las cosas están cambiando más rápido de lo que cabría esperar. Desde la biología, por ejemplo, casi nadie duda ya que asistimos a una extinción masiva de especies, provocada en gran parte por la huella ecológica de la especie humana (huella por usar un eufemismo de un proceso más bien escatológico). Y aunque es más que dudoso que se extinga la vida como tal, todo apunta a que es nuestra propia burbuja ecológica la que estamos reventando. La cosa no tendría mayores consecuencias si ellos tuvieran alguna salida, es decir, otro planeta que devorar sin escrúpulo alguno. Pero llegar a otro planeta-víctima a exprimir está muy lejos de sus posibilidades tecnológicas actuales. Justamente ahora se empiezan a detectar los primeros planetas extrasolares y no se tiene ni la más remota idea de si alguno de ellos presenta alguna viabilidad para complacer vanidades y saciar codicias. Y “tierratransformar” los planetas cercanos de nuestro sistema solar es una empresa de ingeniería que está a años luz de las posibilidades actuales. Y requeriría tal cantidad de tiempo que el ritmo exponencial de excreción del sistema nos habilita más para “mierdatransformar” la Tierra que para “tierratransformar” un mundo como Marte. El homo sapiens sapiens, el mayor experimento de vanidad y de codicia conocido (por nosotros mismos), parece destinado a sucumbir entre sus propios excrementos… En definitiva, mientras se encienden todas las alarmas, los garantes del sistema sólo tratan de mantener la máxima velocidad sin querer mirar qué dejan por detrás, ni que nos espera por delante… a la espera de, simplemente, EL milagro… que les salve a ellos.
En realidad, todas estas visiones son perfectamente complementarias y no hacen sino apuntar a la misma causa: el sistema es el problema. Y no hay solución que parta de él, ni de sus entrañas. Pues lo que todos los indicadores apuntan es que nos dirigimos inevitablemente hacia un escenario de escasez energética y de recursos, agravado por condiciones medioambientales cada vez más adversas, que pondrá contra las cuerdas a muchos más millones de seres humanos. Si este sistema ha generado hambre, ruina, destrucción y humillación cuando se creía vivir en abundancia y en el crecimiento infinito, ante las adversidades venideras no actuará con mayor respeto hacia nada ni hacia nadie. No hay solución posible dentro de él.
Hambrunas, epidemias y guerras, el demoledor círculo de la muerte, acechan nuevamente por el horizonte de la historia. Sea como sea, lo evidente es que hay dos caminos para la mayoría de la humanidad: por un lado, al que nos empujan los gestores de lo social (ricos, curas, políticos…) que no es otro que la senda de la miseria y la exclusión; y, por otro, un camino alternativo que seamos capaces de construir entre todos y para todos, y donde únicamente sobren aquellos que quieran dotarse sólo para sí de una vida de privilegios y de poder a costa del resto.
Los de arriba no contemplan ni lo más mínimo cambiar la estructura que nos ha metido en este embrollo: ellos arriba, los demás abajo. Y así quieren seguir hasta que algún milagro les libre, a ellos, del abismo al que nos están conduciendo al resto. En realidad ellos venden tres milagros para su mundo, y nosotros sólo podemos actuar en otra dirección mucho más factible y esperanzadora: acabar con su sistema antes que él nos aplaste a nosotros.
Si no es así, todo es cuestión de tiempo para que la inercia del sistema acabe con este mundo. Y en tal extremo sólo podemos pedir que cada uno se hunda según el peso de lo acumulado y que cada cual se caiga desde la altura a la que ha trepado. Pues si no es por justicia social, que sea por lo menos por justicia cósmica.
Víctor Malavez
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